jueves, junio 05, 2008

Café, copa, puro y... lo que se tercie

Después de haber llevado a cabo un brevísimo repaso de algunas de las dificultades por las que deberían pasar los tripulantes de una nave espacial a la hora de elaborar sus propias recetas y/o de alimentarse a bordo, dejadme que os cuente algunos inconvenientes más que deben superar los alimentos de los que se nutren los astronautas actuales, así como los que viajasen por el espacio en un futuro no demasiado lejano.

Desde los ya lejanos años 60 del siglo XX, los astronautas del proyecto Mercury debían nutrirse de alimentos bastantes desagradables envasados en tubos flexibles semejantes a los que actualmente contienen nuestras pastas dentífricas. Podéis imaginaros el sabor de semejante mejunje. Algo más se avanzó pocos años después, durante las misiones Gemini, donde se disfrutó por primera vez del helado espacial liofilizado (los alimentos se rehidrataban con la propia saliva del astronauta que los consumía), pero no sería hasta la época del Apollo cuando se dispuso de agua caliente, los primeros cubiertos y comida termoestabilizada o esterilizada (más adelante volveré sobre esto) que no necesitaba ser rehidratada. El primer refrigerador de alimentos no haría su aparición hasta la época del célebre Skylab, donde ya se podía contar con hasta 72 menús diferentes. Los transbordadores actuales disponen de 74 comidas distintas y casi dos docenas de tipos de bebidas. Como ya os dije en la entrada anterior, unos cinco o seis meses antes de la misión, los propios astronautas supervisan los menús (controlados por nutricionistas, para que ningún estadounidense se pase con las hamburguesas y los perritos calientes y ningún ruso haga lo mismo con lo que diablos sea lo que ellos coman) y llevan a cabo una evaluación de los mismos, calificándolos como si fueran las notas de un examen de 1 a 9 puntos, según sus gustos personales; si esta puntuación supera el 6, el plato elegido pasa a formar parte del menú de a bordo.

Pero no todo resulta tan sencillo, pues los alimentos que se han de transportar a bordo deben pasar, además de por un riguroso control de calidad nutricional, también han de estar convenientemente tratados desde un punto de vista bacteriológico. Así, por ejemplo, la comida que se elabora para las misiones estadounidenses de la NASA sufre tres técnicas básicas: ionización o irradiación, deshidratación y esterilización. En Europa, el segundo proceso anterior se sustituye en ocasiones por otro denominado de “alta presión hidrostática”. Os describiré sucintamente cada uno de ellos, a continuación.



La ionización o irradiación consiste, simplemente, en lanzar haces de electrones, rayos X o rayos gamma haciéndolos incidir sobre los alimentos colocados dentro de sus propios envases (el pavo ahumado es un buen ejemplo de alimento irradiado). Esta técnica presenta ventajas, como pueden ser que la estructura de la comida no se ve alterada, ni sufre aumento de temperatura, además de no transformarse en radiactiva. Si las dosis de radiación son suficientemente elevadas, las bacterias y demás microorganismos se eliminan, lo cual permite almacenar los alimentos sin necesidad de refrigerarlos. Pero no todo son ventajas. Respecto a los inconvenientes, se puede decir que las reacciones de oxidación traen como efectos secundarios la destrucción del contenido en vitaminas así como un desagradable cambio en el color y sabor de la comida. La irradiación también conlleva una degradación de los ácidos grasos poliinsaturados, cuya ausencia se sabe que está íntimamente relacionada con los problemas de tipo coronario y elevados niveles de colesterol.

En la esterilización, el producto alimenticio se somete a temperaturas comprendidas entre los 110 ºC y los 115 ºC, con el propósito de destruir las esporas y demás microorganismos altamente resistentes. Es el proceso que más afecta al contenido en vitaminas de los alimentos. El agua sufre un tratamiento un poco diferente, pues se calienta hasta los 130 ºC para, posteriormente, ser tratada con yodo, reduciéndose el número de microbios presentes a menos de un millar por litro. Tres alimentos típicamente esterilizados son la fruta, el atún y el pollo a la parrilla de las fajitas.

La técnica de altas presiones hidrostáticas (a veces, también se la conoce como pasteurización hiperbárica) consiste en introducir los alimentos en unos recipientes flexibles pero completamente herméticos y sumergirlos en una cámara especial llena de agua. Una vez allí, son sometidos durante unos pocos minutos a presiones de unos cuantos miles de atmósferas. Se consigue, de esta forma, reducir la vida útil de los microbios. Sin embargo, al no poder ser eliminadas las esporas de forma total, los alimentos han de conservarse refrigerados.



Por último, la comida que ha sufrido un proceso de deshidratación, ya sea total o parcial (sopa, huevos revueltos, cereales del desayuno, melocotones, peras, albaricoques) presenta sus propios problemas, ya que producen altos niveles de sulfatos (éstos pueden dar lugar a severos problemas respiratorios y cardíacos), así como dolencias y flatulencias (más conocidas como pedos). Pero no os alarméis, porque los ingenieros y demás responsables sesudos de las misiones espaciales han pensado ya en todos estos problemas. De mucho tiempo atrás es sabido que el cuerpo humano emite gran cantidad de gases, como el dióxido de carbono, el metano o el amoníaco, entre otros. Evidentemente, en un espacio tan reducido como una cápsula espacial, el hecho de estar respirando los aromas del cuesco de un compañero, por muy buen rollito que haya a bordo, constituye un problema muy serio. Por eso, se hace necesario eliminar tan dañinas emanaciones. Dicha labor se lleva a cabo mediante filtros de carbono activo (algo semejante a lo que hacemos con las campanas extractoras de nuestras cocinas). Además, hay que fabricar oxígeno respirable, lo cual se lleva a cabo mediante el proceso de electrolisis del agua, que no consiste en otra cosa que hacer pasar una corriente eléctrica por el líquido y húmedo elemento, separando sus moléculas en sus componentes atómicos correspondientes (hidrógeno y oxígeno). El primero de ellos se combina con el dióxido de carbono producto de la respiración humana y se genera agua y metano, el cual se vuelve a expulsar al exterior.

La cuestión de los alimentos de los astronautas ha adquirido tal importancia en los últimos años que, actualmente, se trabaja de forma intensa en la elaboración de menús que sean lo más parecidos posible a los que se consumen aquí en la Tierra (incluso se está intentando que respeten las creencias religiosas). Hay que tener en cuenta que un tripulante a bordo de la Estación Espacial Internacional puede contemplar hasta 16 amaneceres y los correspondientes crepúsculos cada 24 horas de misión debido a que describen una órbita cada 90 minutos aproximadamente. De esta forma, la alimentación no juega un papel meramente físico, sino también psicológico de gran importancia; resulta esencial para la buena salud de los viajeros espaciales tener la sensación de que se encuentran cerca de su hogar y que la comida que ingieren sea una pequeña fiesta dentro de la monotonía de las labores que se llevan a cabo a bordo de la nave o estación.



Últimamente, son bien conocidos los casos de algunos adinerados y ociosos turistas espaciales, cada uno de ellos con sus caprichitos personales. Por ejemplo, se puede citar a Charles Simonyi, quien saboreó a bordo de su paseíto por la Estación Espacial Internacional un delicioso menú formado por pechugas de pato rellenas de alcaparras, codornices asadas, pollo al queso, puré de patatas con nueces y un delicioso arroz con leche. Entre las cosas que se nos dan bien a los españoles (además de ir de jarana y visitar bares con asiduidad) está la elaboración del llamado “Menú Barcelona”, creado por tres grandes “chefs” españoles: Carles Abellán, Carles Gaig y Enric Rovira. Dicho menú espacial consiste en nueve platos, de los cuales destacan la escalivada de berenjena y pimientos, guisantes con zanahoria y panceta, arroz con calamares y “bombones planetarios” de postre. Yo, personalmente, sigo prefiriendo la pizza.

De todas formas, no me queda muy claro si todos los suculentos platos citados más arriba presentarán el mismo sabor si los degustásemos aquí abajo, en nuestro querido, viejo y maltratado planeta. Pues cuentan los astronautas (los de verdad) que, debido, al estado de microgravedad en el que se encuentran de forma permanente, los fluidos corporales suelen acumularse en la parte superior del cuerpo, produciendo una cierta congestión en la cabeza y la nariz, muy similar a la que se puede sentir cuando sufrimos un constipado. Esto afecta de forma notable al sabor de los alimentos y, hasta ahora, la única solución parcial que parecen haber encontrado consiste en condimentar fuertemente con productos como el ketchup o las salsas picantes. No me imagino comer bombones planetarios picantes y embadurnados de ketchup.

Quiero finalizar esta entrada refiriéndome brevemente a las futuras misiones espaciales de larga duración. Si todos los inconvenientes que os he contado hasta ahora os parecen poca cosa, sólo tenéis que imaginar qué pasaría si los viajes durasen meses o incluso años, tal y como nos muestran las películas de ciencia ficción. Tened en cuenta que un astronauta puede perder, durante una misión no demasiado prolongada, hasta la décima parte de su masa corporal y un 2,5 % de la ósea, por lo cual necesitan ingestas de calcio superiores a las de los humanos normales que no viajamos ni viajaremos nunca al espacio. Análogamente, deben ingerir suplementos de vitamina D, ya que ésta se produce en el cuerpo humano con la inestimable colaboración de la luz solar. Para recuperarse cuando regresan a la Tierra se requiere más del doble del tiempo de duración de la misión.



Según el propio Pedro Duque, se estima en unos 20.000 euros cada kilogramo que se envía al espacio. Cada astronauta dispone de unos 2 kg de comida por día (incluidos los recipientes y envases), además de un suplemento para casos de emergencia, en caso de tener que permanecer durante un período no superior a tres semanas, de unas 2000 kilocalorías diarias.

Las soluciones que actualmente se estudian van por el camino del autoabastecimiento a bordo de las naves espaciales, es decir, se trata de que los propios miembros de la misión cultiven ellos mismos hasta un 90 % de sus alimentos. Las opciones más viables parecen ser el arroz, la soja, los tomates, cebollas, espinacas, trigo, cacahuetes, patatas y ciertas especies de algas ricas en proteínas. Se trata, en todo caso, de productos fácilmente transformables en harina y queso de leche de soja, además de presentar enormes ventajas, como la de contener aceites utilizables en otras comidas y el poder usarse para reciclar y depurar el aire, haciéndolo respirable de nuevo. En relación con esto, os recomiendo que veáis una película que me encanta: Naves misteriosas (Silent Running, 1972).



Y ya sólo me resta, por último, recordaros que, una vez que uno ha comido opíparamente, que NO ha fumado un cigarrillo ni se ha metido un buen copazo (fumar y beber alcohol está terminantemente prohibido en las misiones espaciales) y se encuentra más o menos en buena forma física, lo único que le queda para sentirse como en casa es… SEXO espacial, un buen polvo interestelar. Pero eso lo dejaré para una futura entrada. Paciencia…

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