martes, febrero 12, 2008

No me chilles, que no te veo

En el verano de 1950, Enrico Fermi se encontraba trabajando en Los Álamos, Nuevo México. De todos era conocida su increíble habilidad para resolver cuestiones aparentemente imposibles. Su técnica consistía en descomponer dichos problemas en una serie de otros más simples y cuya respuesta fuese más fácilmente obtenible. Le pusieron el apodo de “el Papa” porque, al parecer, poseía la misma facultad que el santo padre: la infalibilidad.

Los problemas que resolvía Fermi eran siempre chocantes a simple vista y casi siempre producían una sensación de irresolubilidad y de perplejidad a quien se los proponía. Ejemplos de estas cuestiones (hoy las conocemos como problemas de Fermi) pueden ser los siguientes:

¿Cuántos granos de arena hay en las playas de todo el mundo?
¿Cuántos cabellos tiene un ser humano (sin alopecia)?
¿Cuántos átomos hay en un cuerpo humano?

Pues bien, tal y como cuenta Stephen Webb en su libro Where is everybody?, un cierto día de aquel verano de 1950, mientras charlaba apaciblemente con dos de sus amigos, Edward Teller y Herbert York, Fermi les planteó la cuestión que desde entonces se conoce, sorprendentemente, como “paradoja de Fermi”. Dicha en muy pocas palabras (realmente no necesita muchas más) quedaría más o menos como sigue:

Si el Universo está rebosante de alienígenas, ¿dónde demonios están todos, que, aparentemente, no nos tropezamos con ellos continuamente?

Nueve años después, Giuseppe Cocconi y Philip Morrison publicaron en la prestigiosa revista Nature el que se considera como el artículo pionero en la búsqueda de vida extraterrestre y el programa SETI. En este trabajo, los autores proponían utilizar señales de radio para comunicarse con otras posibles civilizacones inteligentes que pudiesen estar a la escucha.

Tan sólo dos años después, en 1961, el astrofísico Frank Drake proponía la ecuación que lleva su nombre y que permitía evaluar, como si de un problema de Fermi se tratase, el número de civilizaciones inteligentes con capacidad para comunicarse existentes en nuestra galaxia. Esta cifra se podía estimar a partir del producto de siete cantidades. Os las describo brevemente:

1. El número de estrellas nuevas que se forman cada año en nuestra galaxia.
2. La fracción de estrellas capaces de albergar planetas.
3. El número de planetas, en promedio, de cada una de esas estrellas.
4. La fracción de planetas capaces de albergar vida.
5. La fracción de ellos capaces de albergar vida y que ésta dé pruebas inequívocas de inteligencia (aquí podéis incluir la raza humana, si elimináis a algunos que otros especímenes sospechosos).
6. La fracción de los mismos que ha sido capaces de construir una tecnología capaz de hacerlos comunicarse con otras potenciales civilizaciones.
7. La longevidad promedio de cada una de estas civilizaciones, es decir, el número de años que pueden sobrevivir sin desaparecer, extinguirse, etc.

El mismo Drake propuso una solución a su ecuación aquel mismo año. Supuso que el ritmo de formación de estrellas nuevas en la Vía Láctea era de 10 cada año; de ellas, la mitad tendrían la capacidad de albergar planetas; cada estrella poseería, en promedio, un sistema planetario con 2 planetas; todos ellos serían capaces de albergar vida, pero únicamente 1 de cada 100 daría lugar a vida inteligente; de ellos también un 1% solamente poseerían la capacidad de enviar señales al espacio. Si cada una de estas civilizaciones estuviese en condiciones de comunicarse durante unos 10.000 años, entonces el número de ellas ascendería a 10.

Este resultado no parece demasiado optimista, con lo que podríamos tender a pensar que por poco que hubiésemos modificado una de las estimaciones de cualquiera de los siete parámetros que aparecen en la ecuación de Drake, podríamos haber obtenido una cifra aún menor y, por tanto, quizá la respuesta a la “paradoja de Fermi”. Con un número de civilizaciones tan pequeño, puede que la probabilidad de contactar con alguna de ellas sea tan pequeña que por eso no lo hemos hecho aún.

Ahora bien, ¿cómo saber que los valores introducidos son más o menos correctos y, por tanto, fiables? Desgraciadamente, no parece haber una respuesta a esta pregunta, pues la propia ecuación no es otra cosa que una buena bofetada en nuestro rostro que nos recuerda continuamente nuestra propia ignorancia. No conocemos a ciencia cierta ninguno de los parámetros que aparecen en la ecuación. Sí que es cierto que algunos de ellos se conocen en buena aproximación, como la proporción de estrellas de nueva formación (la NASA estima este valor en 6, actualmente); otros, en cambio, son grandes desconocidosy despiertan una gran controversia en los círculos científicos.

Entre éstos últimos se encuentra indudablemente la cuestión de la robustez de la vida. ¿Somos los terrestres (todas las criaturas no humanas, incluidas) un accidente cósmico? ¿O, por el contrario, la vida acaba tarde o temprano apareciendo en todos los sitios? Más aún, ¿siempre que surge la vida, ésta desemboca necesariamente en inteligente?

Evidentemente, no seré yo (con toda mi infinita ignorancia) quien se atreva a dar una respuesta a semejantes preguntas. Simplemente, quiero llamar vuestra atención sobre la gran falta de información que tenemos a la hora de atribuir un valor u otro a ciertos factores de la ecuación. De hecho, el propio Drake propuso una estimación mucho más optimista en el año 2004, más de 40 años después de presentar al mundo por primera vez los resultados de sus sesudos y concienzudos análisis y pensamientos. En efecto, tan sólo modificando el valor de tres de las siete cantidades, obtuvo un número de civilizaciones igual a 10.000. Para ello, redujo a 5 por año el número de estrellas nuevas en la Vía Láctea, incrementó hasta el 20% la fracción de planetas en los que se desarrollaría vida inteligente y supuso que todos ellos estarían comunicándose con el espacio exterior (aquí podéis proponer vuestra propia cifra de forma interactiva).

Y hete aquí que, cual pescadilla que se muerde la cola, hemos vuelto de nuevo al principio. Si hay tantas civilizaciones utilizando el teléfono cósmico, dónde coño se meten?

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