viernes, noviembre 09, 2007

"La Cuarta Noche" Capítulo 3

III. La primera noche

Lesch dejó la mochila en el suelo y estiró los brazos. Cerró la puerta y se estiró sobre la cama. Estaba en una de las habitaciones del tercer piso, donde le habían llevado las dos propietarias de la casa. Durante el ascenso por las escaleras se habían presentado. Las dueñas de la casa eran tres hermanas, de mayor a menor; Lisphodel (la del pelo plateado y vestido largo morado), Nymphodel (la joven rubia de vestido corto verde jade) y Asphodel. Le había parecido extraño que no le preguntasen que relación tenía con Asphodel y que venía a hacer. Al igual que le había llamado la atención la normalidad del trato pese a ser él un elfo nocturno y ellas elfas de la sangre. Más aún le era bizarra la relación entre el humano caído en Alterac y la sin’dorei Asphodel. Pero en el momento en que apoyo la cabeza sobre la almohada, empezó a ver a sus dos anfitrionas de una manera diferente. Aquellos cabellos sueltos, aquellos ojos, esos vestidos…Un pinchazo en el corazón, en lo más profundo del alma de Lesch. Aquellos pensamientos inconscientes habían ido demasiado rápido y se habían topado con el recuerdo de su amada.

Nyham . Suspiró. Se llevó la mano al bolsillo y sacó el pequeño portarretratos. Sin embargo no se vio con corazón de abrirlo para mirar la imagen de su prometida. Devolvió el portarretratos al bolsillo y en su lugar sacó la carta. La desenvolvió y la releyó. Quizás así dejaría de pensar en las dos hermanas Oggoth. No resultó, y dejo la carta a un lado de la cama. Se levantó de un salto y empezó a caminar por la gélida habitación. Aquella estancia estaba endiabladamente fría, se notaba que no había estado habitada en siglos. Se asomó por la ventana y vio las tristes calles y las viejas y destartaladas casas de Azif’Al devoradas por la niebla. Dio media vuelta y observó la habitación. Decoración austera; una cama, una mesita, un armario de madera, un espejo y algún que otro cuadro familiar. Nada le hizo quitarse de la cabeza a las dos bellas sin’dorei.
Unas horas más tarde, la dulce y sosegada voz de Nymphodel recorrió toda la casa. Era la hora de comer. Más sorpresas le aguardarían al bajar al comedor. Sentados esperando la comida estaban un orco, una humana y un gnomo. Lesch se sentó al lado del gnomo, y las elfas comenzaron a traer comida y a comer con ellos. Durante la comida pudo averiguar, que los tres habían llegado a Azif’Al por diversos motivos, y que en busca de un lugar donde pasar unas noches acabaron en la casa Oggoth, pues era la más grande del poblado y la que tenía la tradición de acoger a los viajeros.
Acabó la comida y el kaldorei subía las escaleras acompañado de la humana.
- Amariel, si quieres podemos ir a dar una vuelta por el pueblecito. Parece algo sórdido pero así podemos matar el tiempo.
- Está atardeciendo. Ya es tarde. Las hermanas no nos permiten salir de la casa cuando es de noche. Dicen que es peligroso. – al oír esto, el elfo nocturno frunció el ceño.
- ¿Peligroso?
- Sí, eso parece – la humana miraba al suelo mientras pasaban el replano del siguiente piso – Si quieres mañana…aunque tampoco hay mucho que ver.
- De acuerdo. – Lesch veía en todo eso un comportamiento extraño, pero pensó que no eran más que manías de gente que no había salido del pueblo. Subió un nuevo tramo de escaleras, asomándose al pasillo del segundo piso de la casa, donde la humana había bajado la vista y allí vio de manera fugaz una sombra, una figura oscura sentada en una silla en medio del pasillo.

Llegaron a sus habitaciones y se despidieron. En la cena se volvieron a encontrar todos; elfo nocturno, orco, humana, gnomo y las dos elfas de la sangre. Al finalizar de nuevo a las habitaciones. Lesch deseaba que pasasen cuanto antes los días hasta el regreso de Asphodel. Aquel lugar era demasiado aburrido.

Boom, boom!!!

Alguien picó dos veces de manera contundente a la puerta de abajo. Lo pudo escuchar con claridad desde el tercer piso, así como el crujir de la puerta principal al abrirse. Alguien pronunció un nombre y en unos segundos unas pisadas bajaban las escaleras. Por la contundencia de las pisadas no podía ser otro que el orco. Escuchó como se cerró la puerta y de nuevo el silencio roto por el demencial crujir de las maderas de la casa por el frío de la noche. Se tumbó en la cama. A un lado estaba la carta. No recordaba haberla dejado allí, pero ahí estaba. La volvió a abrir y a leer. Pensar en como darle la noticia a Asphodel le mantendría ocupado. ¿Realmente le mentiría sobre Astarte? ¿Creería Asphodel a un desconocido? El sueño iba viniendo poco a poco…

Broooooommmmmm!!!!

Un golpe seco en el techo de la habitación sacó al elfo de su ensueño. Era como si algo se hubiese desplomado del piso superior, del desván. El corazón se aceleró. A continuación, un alarido proveniente del mismo piso heló la sangre del elfo. Luego unas uñas rascando el suelo del desván con una respiración superficial de fondo. Al cabo de unas horas los ruidos cesaron y Lesch, aún agitado por lo que había oído, pudo dormir….o al menos lo intentó.

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