miércoles, noviembre 14, 2007

"La Cuarta Noche" Último Capítulo

VI. El legado de los Oggoth

Lesch bajó las escaleras con la mochila al hombro. Allí esperaban con la puerta abierta Nymphodel y Lisphodel. Recordaba pronunciar las elfas su nombre como si le estuviesen susurrando al oído mientras él estaba en el tercer piso. Era un siseo que se repetía en su cabeza y que no había cesado hasta plantarse ante ellas.
Las miró esperando alguna instrucción, pero ellas permanecían en silencio. Entonces se percató de la figura que esperaba al otro lado de la puerta.
Envuelta por la niebla, con un tinte casi fantasmagórico estaba esperando una bellísima elfa pelirroja con un ceñido vestido de seda negra. Lesch posó sus ojos en la hipnotizante mirada de la sin’dorei, ignorando por completo la presencia de las que habían sido sus anfitrionas. Por los rasgos de la cara, parecía una elfa muy joven, algo más que Nymphodel. Además era un rostro muy familiar para Lesch…

- ¿Asphodel? – fueron las únicas palabras que pudo decir Lesch

La Sin’dorei, hizo una mueca y a continuación sonrió.
- ¿Astarte? – preguntó mientras se acariciaba el vientre.


Lesch tragó saliva. Casi había olvidado porque estaba realmente en aquel lugar. Casi había olvidado el cadáver de Astarte calcinado en Alterac, la carta, las mentiras piadosas….

El elfo nocturno asintió.


Asphodel tendió la mano y Lesch la cogió. Cruzó el umbral de la puerta de la casa de los Oggoth sin tan siquiera mirar atrás. Hechizado por la belleza de la más pequeña de las Oggoth, bajaron la calle envueltos en la niebla sin pronunciar una sola palabra. Mientras, de las casas iban saliendo los habitantes del poblado, con las capuchas oscuras y con las antorchas, manteniéndose a una distancia prudencial de la pareja. El kaldorei seguía ensimismado con Asphodel Oggoth, sin percatarse de presencia de los vecinos de Azif’Al que les seguían hasta la Iglesia.

El silencio se rompía tan solo por el crepitar de las llamas y por los susurros que corrían entre los encapuchados que seguían a la pareja en procesión.

“Ya sólo quedan dos almas” - susurró un anciano con voz temblorosa.

Lesch se detuvó. Su corazón dio un vuelco. Parecía haber despertado del hechizo. Aquella voz la había oído antes. Ahora se hallaba ante la puerta de la Iglesia, con Asphodel a su lado y todo Azif’Al tras ellos. Sin pensárselo dos veces empujó a la elfa al suelo y salió corriendo hacia el bosque. Asphodel se reincorporó y con gesto serio se llevó la mano al vientre; luego correría tras Lesch. Sin rumbo fijo, el elfo nocturno corría siguiendo su instinto, sin momento de descanso para poder reflexionar sobre que camino tomar. La niebla tampoco lo ponía fácil. Finalmente tropezó con la rama de un árbol, y entre la niebla apareció Asphodel que se abalanzó sobre él. Rápidamente sacó la daga y dio un corte en el aire. La elfa cayó a unos metros de Lesch, que ya se estaba reincorporando.

Volvió a pensar en la voz que le había despertado del embrujo. Era el mismo anciano kaldorei que se había encontrado en el camino hacia el Páramo de los Ancestros y le había indicado como llegar a Azif’Al.
Miró a su lado y estaba Asphodel con un corte profundo en el cuello, que sangraba de manera pulsátil con cada latido cardíaco, intentando sin éxito cohibir la hemorragia con la mano derecha. Mareada, dando tumbos de lado a lado, buscaba al culpable de su herida. El elfo dijo unas palabras para si mismo y del suelo brotaron unas raíces que detuvieron a la malherida. Se secó el sudor de la frente y se relajó al comprobar que ya tenía la situación controlada, pese a que no podía evitar cierta culpabilidad por el desmesurado ataque contra Asphodel. Las figuras con antorchas hicieron aparición en el bosque, pero con clara intención de no intervenir. La elfa continuaba perdiendo grandes cantidades de sangre a borbotones. En un último esfuerzo consiguió deshacerse de las raíces y corrió hacia el elfo. Asustado, reaccionó instintivamente y asestó un nuevo golpe con la daga clavándosela hasta la empuñadora en la sien izquierda. Soltó la empuñadura y la elfa cayó redonda al suelo. Había muerto, pero continuaba sangrando y sangrando.

Horrorizado por lo que había hecho, Lesch dio unos pasos hacia atrás, tapándose la cara para no evidenciar la masacre. La bella elfa yacía inmóvil, devorada por la niebla, en un charco de sangre.

No podía ser real, no la puedo haber matado; pensó para si mismo. Se sentía terriblemente arrepentido, y con lágrimas recorriendo sus azuladas mejillas, se arrodilló ante ella. No podía evitar acordarse de la trágica muerte de su prometida. Pero el rostro de Asphodel no le recordaba al de Nyham. Aquellas facciones, a parte de ser muy similares a las de sus hermanas mayores, Lisphodel y Nymphodel, recordaban al humano del retrato familiar de su habitación en el caserón de los Oggoth. Ahora que lo pensaba, las otras hermanas también compartían estos rasgos.

De repente los encapuchados comenzaron a retroceder. Lesch miró a banda a banda y se quedo extrañado. Había algo siniestro en ello; entonces lo sintió. Era como si el aire se hubiese detenido, las ramas de los árboles ya no se mecían, no había viento que moviese los bancos de niebla. Entre los árboles apareció una sombra que poco a poco iba tomando forma. Era el ser envuelto en las ropas negras sobre la silla de ruedas que se acercaba al cuerpo sin vida de la elfa.
Lesch dio un respingo y se puso en pie sin dejar de perder la vista a la criatura. Retrocedió unos pasos. Su corazón se aceleraba, un sudor frío le corría por todo el cuerpo. Era como si su alma presagiase un horror primigenio. Unos pasos más atrás. La silla paró a medio metro de la elfa que ya había dejado de sangrar. La criatura se dejó caer de la silla y comenzó a arrastrarse por el suelo. Las largas uñas se clavaban en la tierra e impulsaba su cuerpo amorfo con sus huesudos brazos. Su respiración agónica resonaba en la cabeza del joven Lesch. Finalmente, una amalgama de jirones negros envolvían el torso de la bella Asphodel, bajo el cual se movía un escalofriante bulto.


El corazón se aceleraba por momentos, incluso le faltaba el aire. De la mortaja que se había posado sobre la elfa, surgió la cabeza de la criatura. Instintivamente Lesch giró la cara pero no pudo evitar que aquella imagen se grabase a fuego en su cabeza. El rostro momificado de aquel ser no era más que el vestigio de una cara humana. Aquella especie de demonio viviente empezó a beber de las heridas de la muerta. Lesch retrocedió un par de pasos más, y se llevó la mano a la boca pero no pudo contener el vómito. Se limpió la boca con la otra mano. Se sentía mareado, con la mirada borrosa. La niebla se tornó de una fosforescencia verde. El viento volvió y empezó a agitar las ramas de los árboles con fuerza. Bajo las telas negras que cubrían Asphodel, el bulto comenzaba a crecer y crecer. Los brazos cadavéricos del ser se engrosaban. Su rostro comenzaba a rejuvenecerse. Los árboles se agitaban con más y más fuerza mientras Lesch apenas se sotenía en pie. Un dolor muy fuerte le oprimía el pecho y la sensación de ahogo había aumentado más aún. Sentía como si la misma muerte se hubiese presentado allí mismo, como si toda esperanza hubiese abandonado aquel maldito lugar. Quería apartar la mirada de la pulposa masa de jirones que crecía y crecía pero no podía. La criatura, envuelta en las telas negras, había dejado de beber ya. Poco a poco iba aumentando de volumen. Su rostro ahora correspondía al de un humano, el mismo humano del retrato. Cuando ya alcanzó el doble del tamaño del elfo dejo de crecer. Entre las telas negras resplandecía ahora una siniestra armadura negra que cubría todo su cuerpo. Alzó su colosal brazo derecho y de la nada apareció una espada cuya hoja era tan gruesa como el tronco de un árbol. Kadoz’Al Oggoth había regresado.

La locura se apoderó de Lesch y salió corriendo esquivando como podía los azotes de las ramas. El dolor en el pecho aumentaba, casi no podía respirar. Podía sentir como su alma se iba haciendo pedacitos poco a poco, como su vida se consumía segundo a segundo. Buscó su varita en el cinto pero no la encontró. Recordó que se la había dejado en el suelo cuando cayó por las escaleras que llevaban al desván de la casa. Se derrumbó agotado. Cayó boca arriba sobre una roca. Podía oir las pisadas del caballero como lentamente se iba acercando. El miedo le hizo vomitar de nuevo. La sangre le hervía. Los músculos temblaban y sus huesos empezaban a retorcerse. Un nuevo vómito, esta vez de sangre. Más pasos. Crec!!! Pudo oir como los huesos de sus piernas estallaban, destrozados por una voluntad invisible y etérea. Las pisadas cesaron. Lesch sentía sobre sí una presencia maldita, ancestral, que despojaba toda muestra de vida a su paso. El elfo miró a Kadoz’Al y vio en sus ojos el origen de un mal primigenio, un horror primitivo más allá de todo entendimiento. El Caballero de la Muerte devolvió la mirada al elfo nocturno. Lesch apartó la mirada. Ya no había dolor ni ahogo. Una sensación de paz recorría su cuerpo. La fosforescencia verde había desaparecido. A lo lejos se acercaba a paso ligero una figura conocida....

...Nyham...

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