martes, noviembre 13, 2007

"La Cuarta Noche" Capítulo 5

V. La cuarta noche

Cuarto amanecer en Azif’Al desde la llegada de Lesch. El elfo no había pegado ojo en toda la noche. Su rostro no podía evitar mostrar signos evidentes de cansancio físico y mental. Cada segundo que pasaba allí le parecía todo más irreal. Con la mirada perdida, se resistía a bajar a desayunar y ver el asiento de Amariel vacío. Prefería vagar por su austera habitación, pasando el rato mirando los retratos familiares que decoraban pobremente las paredes. Ya había mirado cientos de veces el retrato del mismo noble humano posando con varias jóvenes elfas.
Tras varias horas en la habitación bajó al salón principal. Allí estaban Lisphodel y Nymphodel junto con el ser envuelto en telas negras sobre la silla de ruedas. Lesch lo tenía bien claro; aquello no era humano. Parecía más bien un amasijo de carne con brazos y piernas escuálidos ocultos bajo metros de tela negra. Fue entonces cuando al fin, el elfo explotó de rabia.
En un abrir y cerrar de ojos desenfundó su varita y apuntó a la criatura sobre la silla de ruedas a la vez que gritaba:

- Alejaos de ese engendro!!!

Los ojos de las elfas se posaron sobre el elfo que hasta entonces había pasado inadvertido. Lesch podía sentir como tras aquella capucha, la criatura le examinaba y estudiaba minuciosamente.

- Pero Lesch, bajad esa varita. No hay motivo para ponerse así. – dijo dulcemente Nymphodel mientras se acariciaba el vientre.
- Callad!!!! – el elfo apuntaba ahora a Nymphodel a la vez que se llevaba la otra mano al oído como queriendo desesperadamente deshacerse de algún pensamiento o alguna voz perturbadora.

El brazo que sostenía la varita estaba totalmente extendido, tenso. Empezaban a brotar algunas chispas de la punta de la varita. Podía escuchar la respiración superficial del ser de la silla de ruedas. Era una respiración agónica, pre-mortem. Lisphodel, se comenzó a acercar con paso decidido al elfo. Una extraña paz se iba apoderando de Lesch a medida que se acercaba la sin’dorei, y poco a poco iba bajando la varita. Finalmente, Lisphodel acompañó con su mano a bajar del todo el brazo que sostenía la varita que amenazaba a su hermana.
- Calma Lesch. No hay razón para ponerse así. Él es el abuelo Oggoth. El pobre ya no puede valerse por si solo y ahora nosotras nos encargamos de él.

Lesch quedó mudo. No sabía porque toda la ira se había desvanecido. No tenía ni fuerzas para hablar, ni pensar. ¿Aquella cosa era el abuelo de las hermanas Oggoth? Realmente estaba demasiado agotado para buscarle explicación a todo ello.
- Será mejor que te eches un rato en la cama. Tienes cara de cansado.

Sin poder rebatir nada, Lesch subió las escaleras como si no hubiese pasado y se echó sobre la cama. Pasó la llamada de la cena a la que no acudió. Y entonces comenzaron de nuevo los ruidos del cuarto piso.
Tres golpes contundentes, luego quejidos, lamentos y arañazos sobre la madera. El keldorei cogió la almohada y se la puso sobre la cabeza para no oír más. Los ruidos continuaban, incluso cada vez más intensos. Harto arrojó la almohada al suelo. Entonces notó algo húmedo en su nariz. Se llevó un dedo a ella y lo observó. Era sangre.

Miró al techo y observó como pequeñas gotas de sangre se filtraban a través de los tablones de madera del techo. Respiró hondo y aunó todo el valor que le quedaba. Se alzó y salió de la habitación hasta las escaleras que llevaban a la trampilla del desván. Estaba decidido de una vez por todas a acabar con esa locura. Al menos averiguaría que diablos había en aquel piso. Comprobó que aún tenía la varita y la daga en el cinto. Empujó la trampilla ligeramente e intentó ver por la rendija pero todo estaba oscuro. Mientras sostenía la trampilla echó mano de la varita. La puso a la altura de la pequeña rendija. Empezaron a brotar chispas de la punta de la varita. Con una mano sosteniendo la pesada trampilla y con la otra la varita, de puntillas en los escalones, Lesch abrió los ojos tanto como pudo esperando el inminente resplandor de la varita. Ya venía el resplandor. El suelo del desván iba iluminándose.

Poom!!!

Algo golpeó desde el desván la trampilla y la cerró, haciendo caer al elfo al suelo. Al incorporarse pudo oír risas que provenían, como no, del desván. Risas….en plural. Hubiese lo que hubiese, era más de uno; pensó Lesch.
Enrabiado, volvió a subir los escalones. Cerró la mano en un puño y propinó un brutal golpe a la trampilla que la hizo volar por los aires. Ya no había vuelta atrás.

Boom, boom!!!

El elfo se quedó helado.

Lesch!!!!

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